En esta cafetera nos morimos de calor...

Buscando volver a las fuentes me siento hoy frente a este teclado. Y volver a las fuentes en un blog que se titula "Los Salieris de Lacanna" creo que no es más que remitirse a nuestro mentor, leer sus post, poder comentarlos y, si da, o como se ha puesto de moda en esa ventanita de comentarios, "si garpa", escribir algo alusivo o inspirado en su proverbial prosa.
El caso es que en su última participación cosística, Lacanna hace referencia a los suplicios que implica acceder al sempiterno servicio de transporte publico de pasajeros en su modalidad individual, o sea, el taxi (la del gato medio que la salteo porque a decir verdad me tienen un poco hasta las narices de tanto felino de cuatro patas).
Tema, si me permiten, realmente interesante y que contempla aristas que nos rozan a todos. Aristas que nuestro buen amigo ha sabido, con su comprobada maestría periodística, reflejar y filosofar sobre ellas.
Hoy quería ampliar el particular hacia otros vehículos un poco más masivos, los micros de larga distancia. No sé si están al tanto, pero en Puerto Madryn hemos vuelto a los buenos tiempos pre Hermanos Wright, o sea, que amparados de la etérea ceniza volcánica las aerolíneas han decidido que por esta zona es al pedo mandar aviones, por lo que todos los que por algún motivo, capricho o razón, tenemos que recorrer los 1500 kilómetros a la "Gran Ciudá", lo debemos hacer o en uno de esos cosos, o sentado a lomo de burra, lo que primero pase y supere los piquetes de turno, que hoy podrán ser los hacendados, mañana los camioneros, pasado los empleados postales y traspasado, los primos políticos.
Y así fue que hace unos días partí hacia el norte, incómodamente sentado en ese supuesto asiento full full cama, ejecutivo, primera clase, la azafata te hace un pete, que cuesta casi un pasaje aéreo, pero en vez de hora y media te clava la cuerina por más de 17, y eso que no te pase la de mi amigo Diego, que fue rebotando de corte de ruta en corte de ruta y terminó marcando el record Guinness al traste alisado con 32 horas de microomnibus.
Pero no vengo acá a hacer barricada contra los piquete Cardón, sino que lo que quería contarles fue la extraña tortura de esos televisorcitos de los micros de larga distancia. Más de una vez he soportado alguna mala película en esos viajes, me han pasado films donde los colectivos chocan, se hacen mierda, mueren de a sesenta y nadie dice ni mú, hasta he digerido en silencio largometrajes protagonizados por el inefable Francella y su tonito de viejo ganador. Pero lo de este "ayudante de abordo" superó todo límite enmarcado en las normas de Ginebra. Arrancó nomás con un compilado de videoclips latinos, donde desfilaron desde Alejandro Sanz hasta Luis Miguel cantando "El día que me quieras", pasando por dieciseis tipos que no conozco y que hacía bien en no conocer. En un momento se acercó el buen señor y a mi pregunta si la tortura iba a seguir mucho tiempo, me respondío si yo creía que el silencio hubiera sido mejor, ¡y encima me guiñó el ojo! ¡Sí, por supuesto! quise gritarle, pero ante la eventualidad de que aún faltaban más de 15 horas de viaje y ese mismo tipo era el encargado de traerme el alimento que ingeriría en las próximas dos o tres comidas, preferí llamarme a un prudente silencio.
Luego continuó con el unplugged de Diego Torres, no estuvo tan, pero tan mal, considerando, claro, de donde veníamos.
Y nos fuimos a dormir.
Eso sí, a las ocho de la mañana me despertó la pantallita, que se encendió y apareció la carátula del siguiente DVD...
No pude creerlo y me sumergí en la peor de mis pesadillas.
Fueron más de dos horas de sonidos, colores y retorcijones de testículos.
Pero algo saqué en limpio, desde ese día no volví a ser el mismo, ahora tengo una Misión, un objetivo...

Cada vez que veo una foto de Arjona le pinto bigotitos.