Clásicos Salierizados I

Hoy: El Conde Pácula.

Paco: Conde Pácula
Naty: Nami Harker
Fehiitoo: Dr. Abraham Van Feiting

El antiguo castillo se recorta entre las montañas. Ya no parece ser un lúgubre y siniestro lugar. Un rayo de sol ha perdido todo decoro y se ensaña, oblicuo, desde un claro en las nubes iluminando la almena de la vieja torre, donde aún vibran entre el polvo de milenios, las cenizas inconsumibles del Conde Pácula.
La torpe carroza cae rauda desde la altura de los Cárpatos, por caminos de cornisa, hacia el valle. Lleva en su interior a Nami Harker, el último fracaso del Conde en materia amorosa. Y al Dr. Van Feiting, su enemigo número uno.

El Dr. se muestra exaltado, como suele estarlo cuando no está muerto de miedo. Piensa: "Por fin me saqué al pesado éste de encima. Ahora, en cuanto se le pase esa extraña pesadumbrez a Nami, le meto un murreo de esos que no quedan. Ahhhh, soy tan feliz...".

Nami, como nos lo ha anticipado el Dr., está callada y pensativa, en un rincón de la calesa. Su mente bulle de imágenes, reviviendo los últimos instantes con el Conde.
Recuerda la promesa vana pero bienintencionada de éste de cambiar, de buscar una salida que no signifique la perdición de ambos.
Sus rojas lágrimas, antes de dejarse llevar por la tentación de beber de la sangre amada hasta la última gota, y saber que morirá y vivira en él. Pácula se rinde a la pasividad del blanco cuello ofrecido que no se presta precisamente a sus planes y lo incitan a la mordida lujuriosa y mortal.
Sucumbe, no a su hambre eterna, sino como cualquier mortal, a los sutiles ardides femeninos de Nami, que levantando los ojos en cuanto siente la boca del Conde en el cuello, hace al Dr. Van Feiting una señal acordada de antemano. El Dr., entre espasmos de miedo y arranques de cobardía que lo paralizan casi, descorre el pesado cortinado de la única ventana del torreón, dejando entrar el sol pleno, justo sobre Pácula.
Este se debate, pero los brazos de Nami lo retienen, no por su fuerza, sino por el mero hecho de hacerlo. El abrazo tenue es suficiente para que Pácula, con la fuerza de veinte hombres en sus miembros, quede retenido sin resistencia.
El abrazo se suelta cuando el proceso es irreversible.
Nami cuelga un crucifijo de plata en el cuello del Conde, y ante la pasividad de éste, le clava una estaca de encino en el pecho enjuto, y ahora sí, débil.
Pácula se mira las manos, convertidas en sarmientos leñosos, mientras se desbaratan consumidas de repente. El monstruo mira a Nami y se deshace en silencio, comprendiendo.

Mientras recuerda estas escenas, Nami cae en la cuenta de algo, de repente. Está hambrienta. No ha comido desde... no recuerda.
El Dr. Van Feiting la mira, arrebolado. Nami también. Se acerca al Dr., se sienta en sus rodillas y le acaricia el pelo. A pesar de los barquinazos de la calesa, el mundo se detiene. Nami acerca sus labios a la oreja trémula de Van Feiting, que previendo el placer, se deja llevar e inclina la cabeza.
Para cuando se da cuenta, tiene unos colmillos pequeños, pero agudos, clavados en el cuello y su resistencia decae hasta quedar seco, inerme y tan muerto como el Conde, entre las manos, inmortales ahora, de Nami.

Próxima entrega: Cumbres Murrascosas.