Un día como hoy...

Otro gran paréntesis en la novela de las 4 -lo sigo intentando y no me sale una línea sobre el tema, shit.



Hace 34 años un día como hoy comenzaba la gran tragedia argentina.

Hace 34 años podíamos decir que éramos inocentes, que las bombas en Plaza de Mayo habían sido sólo una práctica y que los bastones largos habían sido sólo parte de un juego. Muy atrás en la memoria teníamos a la Década Infame, a la Semana Trágica, a los Unitarios, a los Federales, a Dorrego y a Lavalle. Podíamos decir que éramos unos idílicos adolescentes, que de la mano, comenzábamos a conocer de la vida. Y así se sentían algunos, que se siguieron sonriendo para los fotógrafos en esa mañana del 16 de agosto, con las armas en el piso y el corazón aún latiente.
Habían logrado burlar a todo un sistema, se habían escapado de una de las prisiones más seguras que el régimen poseía. Habían cometido varios yerros también, cuando las señas se escapan y los encuentros se deshilachan muchos planes terminan por fracasar, por más imposiblemente geniales que hayan sido ideados. Y ahora estaban ahí, aceptando una derrota inesperada, pero aún con el sabor de la victoria en la boca.
Mientras tanto Sosa los miraba, los miraba y les prometía un futuro de niños y de abuelos y los hacía subir al micro para alojarlos en su nueva cárcel, más chiquita, pero más segura, más pequeña, pero mucho, mucho más aislada.
Y así se fueron, haciendo gestos triunfales por las ventanillas, porque seguían siendo, de alguna forma, inocentes, como todos nosotros.
Nunca los volvieron a ver.
Una madrugada, mientras todos dormíamos, los levantaron a los gritos, los amenazaron en su desnudez, los volvieron a asustar a punta de pistola, pero esta vez no olvidaron cargar las armas, esa noche se tiñó finalmente de rojo, y nos tiñó a todos del mismo color. Y nos despertó a todos y no pudimos volver a dormir más.
Muchos, demasiados, siguen diciendo que al final eran terroristas, como si ese adjetivo pudiera justificar de alguna forma ese pecado que nunca se podrá borrar de nuestras conciencias, como si cualquier adjetivo pudiera justificarlo.
Y hoy, mirando para atrás, mirando ese 22 de agosto de 1972, descubrimos que al fin de cuentas jamás podremos ser nuevamente inocentes, y va a ser bien difícil volver a dormir alejándonos de las pesadillas.
Pero igual debemos seguir recordando esas pesadillas, nuestras pesadillas, porque aunque sea difícil, queremos volver a cerrar los ojos y saber que podremos despertar y mirar a nuestros hijos con esperanza.
Ya no somos adolescentes, pero queremos ser adultos.