Las ideologías no han muerto, el cadaver es el de la sociedad

Yo también soy uno de los que van recorriendo, como siguiendo un invisible hilo de Ariadna, diversos blogs ajenos y propios. Y en ese recorrido se van amontonando ideas y pensamientos, que entremezclados a veces forman hipótesis, otras veces pequeños cuentos, en ciertas ocasiones análisis coyunturales, aunque a decir verdad, casi siempre terminan en bostezos mal acabados.
Pero en estos días me quedaron algunas imágenes dando vueltas que no me puedo sacar de la cabeza.

Hace un tiempo alguien dijo que habían muerto las ideologías, y otro retrucó que la desaparición de Fidel sería el epitafio de esa muerte. También me vi envuelto en una marejada de oscurantismo pesimista describiendo el desamor de algunos empresarios que comercian con la miseria y de mercanfhifles, que, ya vendidas sus almas a diversos diablos, se dedicaban a proveerle armas a los desesperados.
Pasando también por las voces altisonantes de quienes defendían a un ingeniero, quien parado sobre la tragedia de su vida, procura otras tragedias ajenas; y por los también salvajes gritos de sus archienemigos, a pocas cuadras, que tildaban a todo aquel que caminara hacia el sur como apátrida, traidor y oportunista.
¿Cómo justificar la construcción política sobre el dolor paternal? ¿Cómo descartar tan livianamente un clamor masivo y popular? ¿Cómo buscar soluciones mágicas a punta de código penal cuando el problema va mucho, pero mucho más allá de una celda más o una celda menos?
Vivimos tiempos violentos, cuando los argumentos parecen sostenerse únicamente apoyados en el dolor o la venganza, y los otros, los que se curan las heridas en privado y los que prefieren el perdón a la venganza, se quedan a un lado, sin saber muy bien para dónde mirar.
Por esto estoy seguro que las ideologías siguen tan vivas como siempre, lo que ha muerto es la sociedad. Porque ya no importa por cual vereda uno decida caminar, sino cuántos podemos llevarnos puestos en una sóla cuadra. No interesa si predicamos con la derecha o con la izquierda, mientras que con ambas sigamos teniendo fuerza para retorcer algunos pescuezos, siempre tendremos oídos sordos prestos a participar.
Es que eso que el derecho de uno termina donde empieza el del otro ha quedado en los libros de la última reforma educativa, ahora nuestro derecho termina en la punta de nuestro zapato, que sacudirá al primero que se cruce. Y al grito de "Sálvese quién pueda" buscamos la pequeña ventaja en cada esquina, siempre a la espera de cómo caminar sobre el vecino, sobre el otro equipo, sobre el barrio de al lado, sobre la ciudad de enfrente, sobre mi hermano.
Y todo gira cambiado, sobre un eje que perdió el rumbo hace rato, un eje que Discépolo ya vio desaliñado hace una punta de años:

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!

Yo también soy uno de esos que después de esos recorridos quedo medio deprimido, con una melancolía mal curada y con las fuerzas del optimismo en cuidados intensivos. Pero también soy uno de esos que sigue leyendo... En una de esas en la próxima página esté la verdad.