Sobre regalos, reyes y príncipes
Bueno, está visto que las etapas están para ser vividas, y convengamos que este coso ya no es el mismo que fue, era o será.
Será cuestión de reinventarnos para subsistir.
Y en ese intento me encuentran hoy.
Para arrancar de nuevo les propongo un pequeño juego.
Como bien sabrán -Lacanna, no se haga el tonto que por un lado sabemos que nos visita y por el otro, que pocas cosas se le escapan- hemos tenido finalmente un retoño llamado Francisco Javier, pero la primogénita sigue requiriendo espacios. Por ello hace unos días, y aunque la edad ya indicaba que no correspondía, nos visitaron nuevamente los Reyes Magos. Una vez más los zapatos a la puerta, aunque, haciéndole un poco honor a los 10 años de edad, descartamos el tema del pastito y el agua en medio del living.
Así fue como el ritual se repitió, sabiendo tal vez que sería la última vez hasta que el principito tenga conciencia regalística.
Toda esta introducción es para presentar la premisa: "¿Cuál fue el mejor regalo que les trajeron los Reyes Magos en toda su vida de niños crédulos y educados?"
Para arrancar les cuento que un 6 de enero abandoné la cama a las corridas, como cualquier 6 de enero que se precie a los 7 años, y me quedé mirando los mismos zapatos abandonados y solitarios que había dejado la noche anterior junto al aparador del comedor... A punto estuve de mandar a los reyes, los camellos, los árabes y la monarquía completa al mismo demonio cuando mi padre, sabiamente, me señaló que saliera al jardín. Todavía hoy guardo esa sensación entre sorpresa, maravilla, amor incondicional y felicidad que me cruzó el pecho cuando vi, al fondo de ese enorme parque una más enorme hamaca blanca, reluciente y esperando a que me suba para surcar los cielos como hice por los siguientes diez años. Tal vez esa sensación sea la que hoy me hace suspender día a día la "charla" que debo tener con mi hija para que sus compañeritos, tan crueles como cualquier niño, dejen de cargarla porque sigue creyendo en Papa Noel.
Hoy, ya padre, puedo imaginarme a mi viejo armando en plena madrugada ese columpio gigantezco, haber entrado los caños, que vaya uno a saber dónde tenía escondidos, y a fuerza de escaleras, bulones y llaves tuerca, levantar esa impresionante obra de ingeniería a las cinco de la mañana. También me imagino a mi vieja, mirando desde abajo, tal vez alcanzándole algún café a papá, mientras con un ojo vigilaba que algún ruido nos desvelara y rompiera el hechizo.
Y bien, a ustedes ¿que les trajeron los Reyes aquella noche inolvidable?
Será cuestión de reinventarnos para subsistir.
Y en ese intento me encuentran hoy.
Para arrancar de nuevo les propongo un pequeño juego.
Como bien sabrán -Lacanna, no se haga el tonto que por un lado sabemos que nos visita y por el otro, que pocas cosas se le escapan- hemos tenido finalmente un retoño llamado Francisco Javier, pero la primogénita sigue requiriendo espacios. Por ello hace unos días, y aunque la edad ya indicaba que no correspondía, nos visitaron nuevamente los Reyes Magos. Una vez más los zapatos a la puerta, aunque, haciéndole un poco honor a los 10 años de edad, descartamos el tema del pastito y el agua en medio del living.
Así fue como el ritual se repitió, sabiendo tal vez que sería la última vez hasta que el principito tenga conciencia regalística.
Toda esta introducción es para presentar la premisa: "¿Cuál fue el mejor regalo que les trajeron los Reyes Magos en toda su vida de niños crédulos y educados?"
Para arrancar les cuento que un 6 de enero abandoné la cama a las corridas, como cualquier 6 de enero que se precie a los 7 años, y me quedé mirando los mismos zapatos abandonados y solitarios que había dejado la noche anterior junto al aparador del comedor... A punto estuve de mandar a los reyes, los camellos, los árabes y la monarquía completa al mismo demonio cuando mi padre, sabiamente, me señaló que saliera al jardín. Todavía hoy guardo esa sensación entre sorpresa, maravilla, amor incondicional y felicidad que me cruzó el pecho cuando vi, al fondo de ese enorme parque una más enorme hamaca blanca, reluciente y esperando a que me suba para surcar los cielos como hice por los siguientes diez años. Tal vez esa sensación sea la que hoy me hace suspender día a día la "charla" que debo tener con mi hija para que sus compañeritos, tan crueles como cualquier niño, dejen de cargarla porque sigue creyendo en Papa Noel.
Hoy, ya padre, puedo imaginarme a mi viejo armando en plena madrugada ese columpio gigantezco, haber entrado los caños, que vaya uno a saber dónde tenía escondidos, y a fuerza de escaleras, bulones y llaves tuerca, levantar esa impresionante obra de ingeniería a las cinco de la mañana. También me imagino a mi vieja, mirando desde abajo, tal vez alcanzándole algún café a papá, mientras con un ojo vigilaba que algún ruido nos desvelara y rompiera el hechizo.
Y bien, a ustedes ¿que les trajeron los Reyes aquella noche inolvidable?