Cometario previo a la lectura: Estimados, este no es un post para reírse, tampoco tiene mucha ironía desternillante ni giros sarcásticos (bueno, alguno habrá), así que si alguno de ustedes busca en los Salieris sólo la sal que sazone el buen humor cotidiano es el momento ideal de saltearse este escrito hasta que algún buen samaritano de este grupejo de gente vuelva este coso a su buena senda. Si igual se dispone a leerlo hágalo bajo su propio riesgo.No sé si será porque uno se comienza a poner viejo, o porque estamos viviendo en tiempos que realmente los valores se están yendo a la mierda, el tema es que muchísimas cosas que en otras épocas me generaban placer y lograban que me sintiera representado hoy no sólo me son ajenas, sino que directamente me causan un definitivo rechazo.
Obviamente no entran en estas categorías aquellas cosas inamovibles en el tiempo como ser los libros de Cortázar, las películas de Alan Parker o los discos de Queen o Serú Girán, sino a quellas más cercanas y en las cuales puedo leer una evolución, intrínseca de ellas mismas o mía propia, he ahí el problema de la cuestión.
¿A qué se debe todo esto?
El dique se terminó de romper este fin de semana, cuando estaba viendo TVR y terminé dándole la razón a Tomás Abraham, filósofo que hasta hace unos días no me caía del todo simpático y que fue el invitado del último programa de la productora de Diego Gvirtz, quienes sí me caían simpáticos.
Es que TVR fue, durante años, mi programa de cabecera; un producto, como decía al principio, que conseguía conmigo al menos una identificación con un completo ideario que me divertía, informaba, educaba y me hacía compartir pensamientos y definiciones. Desde hace unos meses, especialmente desde la época de la crisis del campo, comenzó a romperme un poco las pelotas y este sábado terminó de hacer cagar definitivamente el hechizo.
No sé si alguien lo vio, dieron todo un informe sobre el padre Grassi. Fue un informe como hacen ellos, con cortes, ediciones y música. Hacia la mitad me dio asco, impresión, molestia y, sin lugar a dudas, una impotencia más sobre la arbitrariedad del programa mismo que de las barbaridades de Grassi. Lograron ese efecto. Lo peor de todo es que este tipo de traiciones intelectuales lo dejan a uno en orsai mal; uno, que se siente tranquilo en esta posición tan libre pensadora de censurar esa aberración que puede o no haber hecho (lo decidirá la Justicia) el cura este, pasa a dejar de lado esa censura misma para comenzar a plantearse el manejo alevoso de la información que hace esta gente y que consigue vanalizar el abuso de un chico de 7 u 8 años, pegándolo al informe de los concheros de Tinelli. Tomás Abraham hoy se ganó un nuevo lector.
Después lo boludearon a Lanata, que va a hacer monólogos en el Maipo. Y ahí también me cayeron pesados.
Los domingos a la noche lo extraño a Lanata, como lo extraño a Tato en ese mismo momento; que el gordo, con toda su locura, pero al mismo tiempo con su capacidad de generar preguntas, pueda aunar esa falencia doble en una misma propuesta me parece no solo acertado, sino sano, ¿qué más se puede pretender que acercar cultura allí donde valen más los culos que las palabras?
Y de la misma forma me pasó con Pergolini, pasando de ser uno de sus más acérrimos defensores a no tragarme ni un sapo más de su máquina de facturar.
¿Estaré poniendome viejo realmente o será nuestra televisión la que se está poniendo senil? ¿Seré yo quien necesite un viagra o serán estos hijos de puta que con tal de subir un punto de rating nos hacen bajar a todos diez puntos de conciencia?
Ya es medio como pelotudo criticar a Majul, a Laje, a González Oro, cuando los referentes que uno creía tener se han vuelto más estupidizantes que ellos mismos. Porque es muchísimo más peligroso que un amigo nos lave el cerebro sin que nos demos cuenta a que un tiranosaurio lo intente a cara descubierta.
Y así Tognetti se sienta al lado de Feldmann, Kustnezoff lleva a la Ritó a que le miren el culo los tumberos en Olmos y Sofovich sigue haciendo cortar una manzana, por lo menos este nos sigue regalando un escalón seguro, que si nos subimos estaremos en un peldaño de mierda, pero por lo menos estamos conciente de ello.
Porque uno siempre está preparado para librar las batallas que el destino nos pone en frente, el problema está cuando son los que creíamos compañeros de ruta los que nos clavan el puñal artero desde las sombras de nuestras propias trincheras. Siempre me molestó la estupidez, pero lo que no perdono es la traición.
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